A inicios de 1968 en la CDMX diversas organizaciones estudiantiles
comenzaron a convocar marchas y mítines varios con ocasión de
celebraciones onomásticas internacionales, haciendo eco a los
movimientos de otros países cuya juventud se iba politizando, como el
Mayo Francés, la Primavera de Praga, las protestas en EE. UU. por el
asesinato de Martin Luther King y otros. Dichas organizaciones, al ver a
través de su creciente convocatoria el surgimiento para sí de cierta
fuerza política, se dieron a desafiar al gobierno abiertamente a través
de peticiones y exigencias varias.
En el mes de julio, debido a
una gran bronca entre alumnos de una preparatoria del Instituto
Politécnico y otra llamada Isaac Ochotorena incorporada a la UNAM, la
regencia de la CDMX, encabezada por Alfonso Corona del Rosal, encontró
pretexto para, a través de sus fuerzas represivas, intervenir en los
eventos estudiantiles, con la finalidad de apagarlos de una vez.
La
nula capacidad política del regente para lidiar con las acciones
estudiantiles lo único que logró fue que la situación creciera y se
agravara. Los eventos estudiantiles continuaron y los choques con la
policía crecieron en intensidad. Los estudiantes quemaban camiones y
lanzaban bombas molotov a los granaderos que disparaban a mansalva. El
conflicto no disminuía.
Ante la exacerbación de las pugnas
derivadas de la insuficiencia del mando de Corona del Rosal y las
fuerzas represivas locales a su mando, el mismo presidente de la
república Gustavo Díaz Ordaz tuvo que intervenir y lo hizo echando mano
del ejército, cuyos vehículos comenzaron a rodar por las calles de la
capital.
La CDMX sería en 1968 sede de los XIX Juegos Olímpicos, cuya fecha de
inicio estaba dispuesta para el 12 de octubre, Día de la Raza. Antes de
la llegada de las delegaciones de los distintos países participantes y
los corresponsales de la prensa internacional, el presidente tenía que
poner la ciudad en orden y paz.
El ejército había ya comenzado la
tarea de ocupar las posiciones de los eventos estudiantiles, como si
sus organizadores fueran oponentes con capacidad de respuesta militar.
Las instalaciones de la UNAM fueron ocupadas, violando la autonomía
universitaria y provocando la renuncia del rector Javier Barros Sierra
el día 23 de septiembre. También el Politécnico había sido ocupado.
Pero
la CDMX era un hervidero aún y los estudiantes no habían perdido el
ánimo. El 1 de octubre se retiró el ejército de la UNAM y del Poli. Para
el siguiente día se convocó a un gran mitin en la Plaza de las Tres
Culturas de Tlatelolco.
Miles acudieron a la convocatoria. El
ejército, aduciendo cuestiones de seguridad, cercó la plaza. Comenzó el
mitin. De pronto dentro de la zona comenzaron a escucharse disparos y el
ejército respondió tiroteando a la multitud.
La masacre fue
brutal y la cifra precisa de muertos, que se especula en centenares, aún
hoy, cuando han pasado 51 años, se desconoce.
El golpe fue tan
duro que por fin los estudiantes quedaron en silencio para el día
siguiente. Diez días después, Gustavo Díaz Ordaz inauguró los Juegos
Olímpicos en su edición XIX.
Díaz Ordaz y Corona del Rosal en un evento de Telesistema Mexicano.
Hoy sabemos que desde la riña de las preparatorias en julio hasta el
evento del 2 de octubre, la violencia desmedida fue provocada por grupos
de choque adiestrados para ello por el gobierno. Los disparos que
provocaron la respuesta del ejército en la Plaza de las Tres Culturas
fueron comenzados por el Batallón Olimpia, grupo paramilitar dependiente
de la Secretaría de Gobernación. Sus miembros fueron enviados al mitin
con la anuencia de Díaz Ordaz para, confundidos entre la multitud,
lanzar tales disparos y con ello justificar la respuesta del ejército.
El
presidente no concebía otra forma de lidiar con ninguna forma de
disidencia que la propia para el crimen. En su desprecio por los
estudiantes, se negó el gobierno al diálogo y los mandó a ser provocados
y saboteados para llegar hasta el desenlace del 2 de octubre.
2/10/2019
A 51 años de los hechos
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